Todas las generaciones hemos vivido nuestro momento de rebeldía contra lo anterior. Pusimos en tela de juicio las afirmaciones y los usos de nuestros mayores.
Es cierto que forma parte del ser humano y que cuestionar es un modo de avanzar y reconstruir. Algunas aportaciones tienen su principio en los cambios de una realidad, en enfoques nuevos y rupturistas.
Sin embargo, la obsesión por el cambio en sí mismo, sin un objetivo mayor, puede llevarnos a la pérdida de elementos esenciales para el desarrollo económico, social y humano. Todos somos útiles y el componente de experiencia es un valor que debe ser irrenunciable.
En los últimos años hemos asistido a un exacerbamiento de consignas como innovación, emprendimiento, profesionalización, tecnología, etc. Conceptos buenos en sí mismos, factores presentes en todos los tiempos e impulsores intemporales del desarrollo de cualquier economía. Su exageración ha traído a la conciencia colectiva la asociación de lo viejo a lo caduco. Se mira con recelo a todo aquel que supera cierta edad.
Sin ir más lejos, algunas políticas de empleo solo contemplan la actividad juvenil y aparcan la empleabilidad de las personas que pasan de la raya imaginaria por superar cierta edad. Personas que tienen una familia y que también precisan un presente y un futuro para, en algunos casos, los más de 20 años de vida laboral que les quedan.
Hay casos, como en banca, donde se ha abierto la veda de los mayores de 50. Profesionales con probada experiencia, con fuertes relaciones empresariales y que echaron los dientes en el sector financiero. Asistimos a una descapitalización humana de un sector clave para nuestro desarrollo económico. Muchos de ellos son los que desarrollaron un olfato especial y un trato hábil en la relación con empresas y que facilitan el acceso al crédito sin perder de vista la prudencia de su sector. Sus habilidades han ido más allá de la mera técnica de cálculo o de las rigideces de las Basileas. Conocen a las personas, evalúan los riesgos arriesgando y, tras errores, han contribuido a un negocio satisfactorio y rentable para las partes interesadas (banca y empresa).
Atender exclusivamente a criterios monetarios sin evaluar la pérdida de experiencia que supone, es tanto como no emplear el criterio básico de coste-beneficio. Mientras nos abrasan con charlas y decálogos sobre gestión del recurso humano, se echa por el desagüe de las prejubilaciones o del destierro un fondo de comercio esencial para salir del atolladero de la restricción crediticia.
No existen formulas magistrales ni automáticas, pero cuando se elimina un elemento valioso, el resultado será descafeinado. Dejemos de hacer homenajes a los viejos y aprovechemos, sin reticencias, sus aportaciones para avanzar por éste túnel hacia la salida.